
¡Se aproxima el fin del mundo! y apenas a tres días de la fecha, los recuerdos de sitios, lugares, personas, aromas, sentimientos y sabores se me clavan como pequeños alfileres e hieren mi cordura. Me siento tímida y frágil ante la eternidad desconocida que presiento más allá de la muerte; pero me aferro al mundo que conozco con sus incomodidades e imperfecciones porque en él estás tú, alejando la incertidumbre y los miedos y haciendo de los momentos sombríos, instantes inolvidables.
Avanzamos hacia esa frontera enmarcada por el reloj a pasos agigantados y curiosamente será el tiempo el que se autoinmole a sí mismo en ese apocalipsis que todos preven, arrastrando consigo a seres tan insignificantes como nosotros: sujetos siempre a sus designios. El amo correrá igual suerte que sus siervos en esta batalla ya perdida de antemano…
Anoche te observé mientras dormías y sentí envidia de las mariposas; seres tan hermosos de vida tan efímera, pero que viven ajenos a la duración de su corta existencia; yo en cambio, me tengo que conformar con espiarte a escondidas y barrer a diario los momentos de cristal que me regalas sin saberlo, para recogerlos en mi jubón y llevarlos conmigo cuando tú no seas tú y yo no sea quien soy ahora.
Faltan tres días para el desastre y aún no he reunido el valor para decirte lo que siento. Tres días, fugaces como estrellas de agosto, en que malgastar mi tiempo en la vergüenza de manifestarte lo que siento. Tres días, setenta y dos horas, cuatro mil trescientos veinte minutos, doscientos cincuenta y nueve mil doscientos flamantes segundos que me mortificarán y se burlarán de mí, si al final de esta fatídica cuenta atrás no reúno las fuerzas necesarias para decirte que te quiero.